El 15 de septiembre, Chile presentará su dúplica, último documento escrito del juicio que Bolivia inició ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en abril de 2013. En su demanda, Bolivia planteó que Chile se ha comprometido a lo largo de los años, en forma obligatoria, a negociar un acceso soberano al mar. Supuestamente, a través de diversos acuerdos, conversaciones diplomáticas y declaraciones unilaterales.
Bolivia ha dicho que su demanda no cuestiona el Tratado de Paz y Amistad de 1904, que fijó los límites entre ambos países. Sin embargo, su demanda apunta precisamente a modificar el territorio de Chile y la alteración de un tratado, válidamente celebrado y plenamente vigente.
Chile ha estado dispuesto a escuchar las aspiraciones de Bolivia y presentar sus intereses propios al país vecino. Sin embargo, ello no significa que exista una obligación jurídica de negociar un acceso soberano.
En su fallo de objeciones preliminares de 2015, la CIJ redujo significativamente la pretensión boliviana: si fuera cierto que Chile tiene una obligación de negociar —aunque no la tiene—, no significa que dicha hipotética negociación deba tener un resultado predeterminado. Dos conclusiones: primero, la Corte descartó que el caso fuese sobre un supuesto derecho al mar de Bolivia; segundo, el Tratado de 1904 no estará en ninguna mesa de negociaciones.
Chile defiende no sólo el derecho internacional y la palabra empeñada, sino la práctica diplomática de dialogar y buscar puntos comunes, en la confianza que, de no llegar a acuerdos, los países no estarán comprometidos jurídicamente con aquello que hubieren conversado o expuesto.
Bolivia goza de acceso al mar, sin soberanía, con exenciones tributarias y una serie de otros beneficios que anualmente cuestan a Chile cerca de cien millones de dólares, otorgados para una mejor implementación del régimen establecido a perpetuidad en el mismo Tratado de 1904.
Además, en los últimos 10 años, Chile ha invertido más de 400 millones de dólares en caminos, pasos fronterizos y puertos. A fines de junio, la Administración de Servicios Portuarios de Bolivia informó que la “importación y exportación” de cargas bolivianas a través del puerto de Arica, en el norte de Chile, ha experimentado “un crecimiento de cerca de 800%” entre 2006 y 2016, llegando a 1,8 millones de toneladas.
Por supuesto, la integración no es sólo comercio. Hace dos semanas, el director de la Agencia de Cooperación Internacional de Chile viajó a La Paz (Bolivia). Asistió a una cita de la Red Alumni, que reúne a profesionales bolivianos que estudiaron posgrados en Chile gracias a becas del Gobierno chileno. También se reunió con representantes del Hospital del Niño de La Paz, que han recibido asesoría de un hospital chileno para el tratamiento de enfermedades oncológicas. Es sólo parte de una “integración silenciosa”, que incluye un aumento de las inversiones chilenas en Bolivia, la entrada en operación de una nueva aerolínea boliviana en Chile y los miles de migrantes que siguen llegando a vivir a nuestro país.
Hace casi dos meses, las Cancillerías de Chile y Bolivia sostuvieron una reunión del llamado Comité de Fronteras e Integración. Chile había pedido desde hace años esta cita. Y se fijó una agenda de trabajo técnico en temas que importan a nuestros ciudadanos: por ejemplo, la lucha contra el narcotráfico y el recurrente robo de autos chilenos para su internación en Bolivia.
Dicha cita modificó en algo el tenso escenario bilateral caracterizado por reiteradas ofensas de Evo Morales y su entorno, quienes han buscado crear un clima hostil, con acciones y declaraciones inflamatorias contra el pueblo de Chile y sus autoridades.
Además, dicho Comité de Fronteras demostró que, en el siglo XXI, la integración no es entregar territorio.
Chile es un buen vecino, disponible para trabajar en asuntos concretos, como ocurre con Perú y Argentina, con visitas presidenciales, encuentros de alto nivel frecuentes y acuerdos de integración efectivos. Un país que ha acompañado la negociación entre el Gobierno de Colombia y las FARC y ahora es garante de las conversaciones con el ELN. Chile ha sido protagonista por 13 años de la misión de Naciones Unidas en Haití. Lideramos esfuerzos con resultados concretos para acercar al Mercosur y la Alianza del Pacífico. Y hemos apoyado decididamente la cooperación al desarrollo en Centroamérica y el Caribe.
Hay que visualizar una integración de siglo XXI. Por supuesto, para que no haya dobles lecturas: los temas de La Haya permanecen en La Haya.
Fuente: Diario El País